Quiénes somos

San Felices es una pequeña pedanía del ayuntamiento de Tubilla del Agua, en el corazón del valle del Rudrón y del Parque Natural Hoces del Alto Ebro y Rudrón.

Mi familia tuvo la suerte -o, en ocasiones, la desgracia- de habitar en este valle desde hace generaciones, cultivando la yerma tierra caliza, domando las laderas escarpadas en terrazas que hoy devora la vegetación, pastoreando cabras y ovejas por los vastos páramos y trajinando con pieles hacia parajes lejanos. Pero siempre volviendo a recoger la dulce miel de los dujos y la prieta nuez de sus nogalas.

La casa de los Varona-Báscones era de las más importantes del pueblo, en la calle de la Iglesia, junto a la plaza. Allí nació mi abuela, María de los Ángeles Varona Báscones, la mayor de 7 hermanos. Con pocos años ya le tocaba subir los bueyes al páramo. La familia albergó -por imposición- durante la guerra civil a militares del bando nacionalista. El pueblo y sus habitantes sufrieron profundamente los reveses de la guerra, con multitud de bajas y heridas difíciles de cerrar.

Pero aquí seguimos y eso significa que, aunque avara, la tierra del Rudrón sabe recompensar.

El apellido Bañuelos lo heredo de parte de mi abuelo Gervasio, procedente del hermoso pueblo de Tablada del Rudrón. Su oficio de practicante obligó a la familia a errar por el norte de la Península -Pancorbo, Pradoluengo, Bilbao-, pero nunca dejaron de volver a la tierra de sus raíces.

Yo, Elisa Rivero Bañuelos, autora de este blog, nací en Santander. Estudié Ciencias Ambientales en Salamanca y trabajo en País Vasco como técnico de calidad, prevención y medio ambiente. Sin embargo, mi condición de trotamundos desterrada se atenúa sabiendo que mi hogar, viva donde viva, trabaje donde trabaje, es y será siempre San Felices del Rudrón.

Allí pasé la más feliz de las infancias, en la casa de la bisabuela, donde nos teníamos que turnar los meses de verano -de tantísimos que éramos-. Allí nos reuníamos al calor de la cocina económica, o tras los verdes postigos de la balconada, que dejaban traspasar los suaves piídos de los pollitos, abajo en la era.

El amor que mi hermana Irene y yo sentimos por nuestra tierra se lo debemos casi enteramente a nuestra madre, Yolanda Bañuelos Varona. Ella y nuestro padre hicieron posible mantener nuestras estancias en San Felices gracias a la edificación de nuestra casa nueva, a escasos metros de la de la bisabuela.

A día de hoy, siempre que puedo me acerco a pasar el fin de semana o las vacaciones al pueblo, para escalar sus montañas, descubrir sus cuevas, identificar y oler las flores y plantas, saludar a mi amiga la nutria o maldecir porque, por enésima vez, el martín pescador no quiere posar para la foto.

Y es que San Felices es mis raíces, mis recuerdos, mi refugio, mi hogar.