jueves, 3 de marzo de 2016

Historias de un Cavernícola: Parte IV (Contacto)

Historias de un Cavernícola

Hace 40.000 años

"África ya no puede más. Gasta sus últimas fuerzas en dejarse caer sobre los cantos rodados de la orilla para beber el agua del río verde. Una rana salta, asustada, a su lado. Desde que los lobos devoraran a su hermano, había perdido las ganas de vivir. Ya no queda nadie de su familia, ella es la última.




Su vista se nubla mientras la corriente mece su mano, aterida. Pero no lo nota. África sólo recuerda el camino. Su vida había sido un camino interminable desde que tiene recuerdos, incluso antes, según decía su madre. Un viaje en busca de otras personas. África no podía imaginarse cómo serían esas otras personas. Sólo había conocido a su familia. El anciano hablaba de tribus de más de 50 individuos: niños jugando, mujeres tejiendo alrededor del fuego y cacerías multitudinarias en las que, incluso, abatían lobos.

Pero la gente había desaparecido, o los habían dejado atrás en el camino. Chad nunca quiso volver. Siempre hacia delante, siempre hacia el sur. Insistía en que, algún día, encontrarían más gente y formarían una gran tribu. Sin embargo, Chad había muerto sin cumplir su promesa, y ahora le había llegado la hora a ella.





Entre el rumor del río y sus densas pestañas cree distinguir a una persona, antes de que sus ojos se cierren y el cansancio y el hambre la venzan.

Cuando África despierta se encuentra envuelta en pieles de corzo. Es de noche y, a su lado, chisporrotea una hoguera. Una cara ancha, blanca y peluda se inclina sobre ella, emitiendo extrañas palabras. África se asusta, pero no tiene fuerzas para correr. El extraño hombre se aleja y retorna enseguida portando una pasta de bellotas, cangrejos y trucha asados, que ofrece a la mujer. El hambre le puede e ingiere despacio, para que no le hagan daño, los alimentos. Después, se observan en silencio junto al fuego.

África no había visto jamás a un hombre tan grande ni tan peludo. Su piel es extremadamente blanca y su pelo rojizo. Luego piensa que, al fin y al cabo, sólo había conocido a cinco hombres a lo largo de su vida. Esto debía ser la otra gente. Finalmente, el hombre vuelve a proferir esas extrañas palabras, ininteligibles para ella.
- No te entiendo.
Él la mira con los ojos -¡verdes como el río!- muy abiertos y también parece comprender que no se pueden comunicar. Entonces se golpea el pecho y gruñe:
- Hernán.
- África- pronuncia lentamente la joven, imitándolo.

A la mañana siguiente África se sobresalta de nuevo al ver al hombre, hasta que recuerda la extraña noche anterior. Comen juntos en silencio y, después, la mujer se levanta e inspecciona la cueva. Busca más gente. Sin embargo, pronto se da cuenta de que allí no hay nadie más. Hernán la observa con curiosidad.
- África -pronuncia ella de nuevo, señalándose-, Hernán -le señala a él y, a continuación, mira a su alrededor y gesticula, preguntando.- ¿Y el resto?
El rostro del hombre muda y África intuye tristeza, aunque sus muecas le resultan confusas, extrañas.
Él le hace un gesto de apremio mientras da la vuelta a una gran roca y se introducen en una cámara más estrecha de la cueva. Cuando sus ojos se acostumbran a la oscuridad, distingue un gran número de túmulos de piedras. Entre algunas piedras sobresalen huesos descarnados o retales de cuero. Encima de algunos túmulos hay depositados collares de caracolas e incluso hachas muy toscas. Huele a muerte.

Hernán y África se miran. Ella es bajita, con una maraña de pelo rizado, negro, igual que los ojos. Su piel es oscura. Tan distintos, pero al fin y al cabo, tan iguales."

En esta entrega de historias de un cavernícola nos encontramos en una etapa de tránsito. Las poblaciones de Homo sapiens se multiplican y expanden desde África -donde evolucionaron desde Homo ergaster- hacia Asia y Europa, después de algunos cruces con Homo neanderthalensis y denisovanos. No sabemos con certeza si los primeros hombres modernos (Homo sapiens) entraron por primera vez a la Península Ibérica a través del largo camino por Europa, o si algunos pudieron cruzar por Gibraltar.

África sería la avanzadilla de las poblaciones sapiens que estaban por llegar. Mientras, las últimas poblaciones de neandertal, que resisten en la Península después de 200.000 años, se van extinguiendo. Lo que sí parece es que ambas especies coexistieron en el tiempo y, probablemente coincidieran en el espacio -como se puede leer en esta entrada sobre La Güelga, en Asturias-.

Las diferencias tanto físicas como culturales entre estas dos ¿especies? -sapiens y neandertal- debían ser obvias, generando, probablemente, tensiones y violencia entre ellas y aislándolas, pero no lo suficientemente grandes como para mantenerlas separadas por siempre.

El cuento de África (sapiens) y Hernán (neandertal), la primera y el último de su especie, es una historia de supervivencia, muerte y renovación, y de cómo la soledad puede romper fronteras.

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