martes, 2 de febrero de 2016

Historias de un cavernícola (Parte II: Homo heidelbergensis)

"Corre el año 400.000 a.C. y nos cuesta reconocer el paisaje. Hace un frío que pela.




Un nuevo hombre viene pisando fuerte -o, al menos, pesado, con sus 100kg-. ¿Estuvo libre de humanos el valle durante estos 400.000 años, desde que nuestros hipotéticos H. antecessor camparan por aquel paraje mediterráneo? Eso asumimos, hasta que se demuestre lo contrario.

Estos nuevos protagonistas no parece que provengan del antecessor, sino del Homo erectus, que en su periplo desde África, atravesando una Europa afectada por glaciaciones, evolucionaría a esta especie adaptada a climas más fríos. Empero, aún mejor adaptada, es de entender que abandonaran Heidelberg para buscar las temperaturas más moderadas de la Península Ibérica.

Un grupo de escasos individuos llegaría al valle del Rudrón a comienzos del invierno. Estarían cansados, hambrientos y tiritando. En condiciones normales, no habrían abandonado su refugio en esta temporada, pero la enfermedad que asolara su clan -en Atapuerca- les habría obligado a huir, no sin antes esconder los cadáveres de todos su familiares lejos de las garras de los depredadores, en las entrañas de la tierra.*

Se refugiarían en la cueva Covalana -entre San Felices y el Barrio de Nápoles-tras comprobar que, en ese momento, no hiberna ningún oso de las cavernas. Mientras la mayoría se empeñara en la ardua tarea de encender un fuego, el joven Sancho se acurrucaría en una esquina oscura, sacando de entre sus pieles de rinoceronte lanudo su única y más valiosa pertenencia: un gran núcleo de cuarcita roja, del que anteriormente su padre Miguelón sacara aquella perfecta hacha** de dos caras y que Sancho arrojara junto a su cuerpo, para que le acompañara.

Algún día tallaría un hacha como aquella. El penetrante olor a humo le haría volver a la realidad. Tras varios intentos, la corteza fría del pino chisporrotearía con furia. Varios murciélagos dejarían oír sus quejidos, abandonando la cueva.

Alrededor del triste fuego y con el estómago rugiendo, nadie tendría ganas de hablar. La noche cae sobre el valle y el Rudrón canta a pocos metros de Covalana. Todos sueñan con bisontes y ciervos."






El relato anterior no debe entenderse al pie de la letra, sino como una puesta en escena de los pocos datos que de los Homo heidelbergensis nos han llegado. Quizá, en mi ficción, haya atribuido una inteligencia muy avanzada a esta especie, pero así me gusta creerlo, y las pruebas que surgen cada año nos alejan de aquella visión torpe y retrasada que teníamos de los neandertales. Así que, ¿por qué no darle al hombre de Heidelberg un voto de confianza?

*Aquí hacemos referencia a la acumulación de cuerpos de Homo heidelbergensis en la Sima de los Huesos, Atapuerca. La teoría predominante es que estos individuos -una vez muertos- fueron arrojados a la gruta por otros miembros de su especie.

**Miguelón es el nombre que recibe uno de los esqueletos mejor conservados de la especie, hallado en la Sima de los Huesos. También es famoso el bifaz Excalibur, que se encontraba junto a los restos. Algunas teorías sostienen que se trata de una ofrenda o regalo ceremonial, debido a su perfecto acabado y a que no tiene muestras de uso. Otras teorías desestiman la capacidad intelectual del Heidelbergensis para comprender la muerte desde un punto de vista simbólico. Ambos se pueden contemplar en el Museo de la Evolución de Burgos.


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