miércoles, 8 de mayo de 2019

Recuerdos (3er premio del II Certamen de Relatos Pasucos)



Amia suspiró, sentada en el poyo de su casa montañesa. En el valle, ya nadie recordaba a las hadas. La magia había quedado relegada a comentarios ocasionales sobre las brujas de Cernégula. ¡Si ellos supieran lo que se cocía en esa vieja charca…! Los vencejos colmaban el aire tibio con sus agudos silbidos mientras el sol se escondía tras la loma. Olía a espliego y a río.
—Mamá, nos vamos a la fiesta de San Juan de Escalada. Acuérdate de dar de cenar a Lara —se despidió su hija, desde la puerta del coche. Amia asintió.
La pequeña Lara, su nieta de seis años, la miraba desde el suelo, donde jugaba con un cocodrilo de plástico.
—¡Yo quería ver las hogueras! —se quejó, haciendo un mohín. Sus enormes ojos verdes reflejaban curiosidad.
Algo se encendió dentro del corazón de Amia. Se había prometido; no, había prometido a su marido que el tiempo de las hadas había terminado, pero, ¿por qué? Lara tenía derecho a conocer sus raíces, su pasado. Instintivamente, se llevó la mano al pecho y palpó la piedra que pendía bajo la blusa. Era la noche indicada.
—Vamos a ver algo mucho mejor, pajarito.
Se incorporó trabajosamente y asió la pequeña mano que le tendía la niña. Dejando la puerta verde abierta, como era costumbre antaño y aún se hacía en su casa, se alejaron bajando la calle. Lara parloteaba alegremente, contándole la infinidad de animalitos que había visto y pescado aquella mañana en el río. Se cruzaron con varios vecinos: algunos volvían del bar; otros, se dirigían, como su familia, a la fiesta de Escalada. “San Juan” murmuró con sorna la anciana.
En la ribera gorjeaban los mitos, ocultos entre las hojas de los álamos. La brisa que descendía de los cortados rocosos agitaba suavemente sus copas, que parecían pintar de rosa y azul el lienzo del cielo estival. Cruzaron un puente para dejar atrás el río y seguir un sendero que acompañaba al arroyo cantarín hasta su nacimiento. El día más largo del año se apagaba poco a poco, y los ojos de Amia tardaban en acostumbrarse a la penumbra. Aceleró el paso, teniendo cuidado de no tropezarse con el grijo del camino. Pasaron junto a una cueva, cuya boca se abría tímidamente en la roca caliza de la montaña.
—¡Hooooola señor ooooosoooo! —saludó a la cueva la niña, entre divertida e intimidada. A lo lejos reverberó la llamada de amor del cárabo y Lara respingó.
Las chicharras zumbaban, apremiándolas. Había que apresurarse.
Por fin, atravesaron unos sauces y el lago se abrió ante ellas como si su superficie estuviera tallada en esmeralda: verde, profundo. Se aproximaron a la orilla y Amia se sentó en una roca para descalzarse. La niña la imitó. Los últimos rayos de sol se escaparon del firmamento y Venus brilló con intensidad, reflejando su luz en el fondo del lago, allí donde se abría la gruta subacuática. Entonces la anciana avanzó unos pasos en la orilla, extrajo con delicadeza la piedra que pendía de su cuello y la sumergió en las aguas cristalinas. De repente, la superficie del lago, hasta entonces lisa como un espejo, tembló. Las ondas se expandieron desde el centro hacia las orillas lamiendo las paredes de piedra y las piernas de las espectadoras. Algo, alguien, emergía desde el fondo, sus ojos titilando como estrellas. Amia tomó a la niña de la mano y juntas avanzaron por el agua helada.
—Ya llega la anjana, pequeña. Vamos a hacer un viaje muy, muy largo.
Sumergieron la cara en el espejo del lago y su mirada se topó con la de aquel ser de las profundidades, que las llamaba desde la gruta kilométrica que se abría bajo el agua. Y, de pronto, lo estaban siguiendo. Pero no fue un pasadizo estrecho y oscuro lo que encontraron, sino que una fuerte luz mostró un mar somero y tranquilo que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Admiraban el paisaje desde muy arriba, como si flotaran. Bajo las olas, que se agitaban a ritmo vertiginoso, transitaban seres colosales. La cuenca se fue colmatando de sedimento paulatinamente, hasta que el mar se secó y la tierra se llenó de plantas y extraños animales. Luego, el agua volvió a cubrirlo todo y, una vez más, se retiró para dar paso a una estepa inmensa. El aire se tiñó de azufre y cenizas y la tierra se plegaba, ascendía y se contorsionaba como el rabo de una lagartija. Pequeños cursos de agua se fueron abriendo paso en el sedimento depositado, excavando canales cada vez más profundos y dejando a la vista los pétreos recuerdos de los animales y plantas que, segundos antes, buceaban por el mar o dejaban sus reptilianas huellas sobre el fango. Un borbotón de agua pura surgió donde más tarde —¿o antes? — se abriría el lago, y su luz brilló por primera vez. Había nacido el hada de la fuente.
El río esculpía con ahínco la piedra caliza y las criaturas recorrían sus riberas: uros, bisontes, tigres de afilados colmillos y osos pantagruélicos. También llegaron las primeras personas, y se adentraron en las cuevas. Gentes distintas arribaron después y domaron la tierra. Todos llevaban ofrendas a la anjana y a otros dioses ya olvidados que, por entonces, sobrevolaban las escarpadas cumbres o habitaban en los riscos.
Amia notó cómo la pequeña apretaba su mano y descubrió en sus ojos la emoción, la intriga que una vez ella también sintió cuando su madre la llevó en aquel viaje sin retorno.
Volvió a centrar su atención en el páramo, por donde circulaban hordas de hombres uniformados que trataban de doblegar aquella tierra áspera y a sus habitantes. Algunas estrellas se apagaron. Los pueblos y las guerras se sucedieron y el paisaje cambiaba a ritmo vertiginoso según las gentes lo mutilaban y parcelaban. En las cimas, donde antes brillaban orgullosos los árboles sagrados, se erigieron templos yermos. La anjana se escondía sola, olvidada en el fondo de su gruta: pocos eran ya los que la visitaban, pues corrían el riesgo de enfrentarse a la hoguera. Pero siempre hubo mujeres que volvían a su lago. Amia reconoció a su abuela y, después, a su madre. Se vio a sí misma acudiendo por primera vez a aquel santuario y se estremeció de alegría. Pero ya sólo quedaba ella. Ella y, ahora, Lara.
Parpadeó y se encontró de nuevo en el lago, sus pies helados por el contacto del agua. La noche había devorado el pequeño valle y el silencio se señoreaba a su alrededor, apenas roto por el lejano croar de las ranas.
—¿Qué ha sido eso, yaya? —murmuró la vocecita a su lado.
<<Tu origen, tu pasado y tu futuro>>. Quiso decirle Amia. El destino de su nieta se había vinculado para siempre a ese valle, impidiéndole alejarse de sus raíces sin sentirse vacía, desolada. A cambio, conocería la magia.
—Un hada buena, pajarito —respondió, colocando el colgante entre los dedos de la niña—. Tu hada.


Tercer premio del II Certamen de Relatos Pasucos 2019 (Asociación de Alumnos del Programa Sénior de la Universidad de Cantabria)

martes, 28 de marzo de 2017

Fuente

¿Qué es lo que oigo? Un susurro se cuela entre el torrente de agua, hacia la roca profunda. ¿Está llamándome, mentando mi nombre? No es la llamada sorda del corzo, ni el cantar del Martín. Sí, oigo una voz clara y límpida que atraviesa las aguas. ¿Cuánto ha pasado desde la última vez? Me estremezco sólo de pensarlo. La última vez que oí mi nombre, unos ojos oscuros y desesperados me buscaban. Tan sólo quería traerme ofrendas, pero la sangre fue derramada en este lugar sagrado, mancillándolo, sumiéndome en un olvido de cientos de años. No pude verlo ni oírlo, mas los mirlos me lo cantaron: el humo espeso veló sus hermosos ojos negros y el mundo dejó de verme y recordarme. Yo, que yazco pequeña y oculta en lo más profundo del bosque, alejada de los hombres, caí en el mismo olvido, pero no en la burla, que tuvieron que soportar mis portentosas hermanas: Tobalina, Pozo Azul…


Te oigo. Por encima del tumulto de mis torrentes escondidos bajo la piedra y la fértil tierra de la ribera; a coro con el suave agitar de las copas de los álamos percutidos por el viento; voz aguda y sonora como el croar de las ranas en las tibias noches de mayo.

Te huelo. Capto el dulce aroma de los lirios, alimentados por mi propia esencia, que depositas sobre el musgo tierno de mis rocas.

Te veo. Emerjo de las profundidades, de la seguridad de mi templo oculto, húmedo. Incluso la velada luz del bosque me ciega tras decenios de total oscuridad y, por un momento, tus ojos azabache se clavan en la entrada de la gruta: estremecidos, regocijados, confusos. ¿Te asombra mi existencia, aun cuando me llamas por mi nombre? Me oculto al fin y tu corazón vuelve a latir poderoso como el torrente.

“Fuentona, fuentona” se despide tu voz trémula. Y yo estoy de nuevo despierta, en un mundo extraño y perdido en el que, al menos, hay alguien me recuerda.

Texto y fotos por Elisa R. Bañuelos

lunes, 10 de octubre de 2016

Tierra de nadie

He visto muchas cosas. Acontecimientos singulares han tenido lugar en estas tierras, pero la regla ha sido siempre el silencio. Silencioso es el viento rebotando en mis flancos, las plumas de los buitres cortando el aire. Silenciosa es la lluvia que me tiñe el rostro de gris triste, lavando por un momento el rojo candoroso, hasta que vuelve a secarme el sol. Silenciosas eras de vacío, tan sólo agrietado por el graznido del cuervo y el ladrido del corzo.

Muchos son los que han coronado mi cima. Hermosas aves de largas plumas, rodeándome en su vuelo interminable. Algunos, como el quebrantahuesos o el águila perdicera, ya no han vuelto. Corzos, jabalíes, tímidas garduñas; encinas centenarias que osan enquistar sus raíces en mi pecho. Mas ellos no codician coronarme.


Hubo un tiempo en el que me frecuentaron los dioses. Cuentan los gansos que el reino de laDiosa cubría valles más allá de las grandes montañas. Nunca olvidaré el cosquilleo en la cresta, la primera vez que Mari posó sus pies sobre mí, uno entre otros tantos postes en su largo camino, supervisando con su mirada arrobada la existencia efímera de sus hijos.

Hubo otro breve tiempo, mucho antes de Mari, en el que yo mismo fui un dios. Pero las deidades no sobreviven a sus civilizaciones, y son muchos los pueblos que pretendieron esta tierra avara. Pueblos que ansiaban dominar el valle, gentes que proclamaban este lugar como suyo: pobres ignorantes, que no sabían que esta tierra no se puede doblegar, sino que es la tierra la que te posee. El calcio de las verdes fuentes precipita en sus huesos, el hierro rojo que colorea mi rostro fluye por su sangre y los domina, los ata.



He visto a mucha gente. Hombres que ahora ni siquiera se consideran humanos, pero que ya me cantaban con tosca voz. Aventureros, colonos, que habitaron en mis grietas y penetraron mucho más allá de lo que hoy día es posible, dejando allí marcas de su existencia. Más adelante, pueblos tranquilos, siempre empeñados en un mismo fin: trabajar la tierra tacaña, tratando de hacer crecer su fruto. Teces coloradas y pálidas, ojos rasgados, cabelleras tan blancas como el hielo y rizos negros cual desmán.
Cuando llegaba un pueblo nuevo, todos se indignaban, luchando para no tener que compartir la que, ellos decían, era su tierra; ignorando que su propio pueblo antaño expulsó a otro, y así, desde el principio de los tiempos, hasta el final de las eras. Pero la piedra no tiene dueño.

He visto guerreros luchar y morir, y ser elevados al cielo, con la diosa. Los buitres se encargan de ello. He visto a niños de los más diversos pueblos jugar a los mismos juegos durante eras. He espiado a muchachas bailando a la luz de la luna, sin más música que el ronroneo del río y el agitar de los sauces al viento, y terminar la danza guiñándome un ojo cómplice.

El agua me conformó durante milenios y el viento me roerá hasta que no sea mas que tierra roja, dispuesta a ser arada por el hombre para arrancarme un brote más de vida. Pero sólo el tiempo podrá doblegarme.





"The lore of a higher meaning"
Thousandfold, Eluveitie
https://www.youtube.com/watch?v=kb8WGig0MLU


 Elisa Rivero Bañuelos

jueves, 7 de julio de 2016

El valle esmeralda


Según me interno en la maleza, la luz decae y el sonido del bosque me absorbe, como si la corteza de los robles aislara los ruidos vulgares de la civilización. Mientras sigo el tupido sendero, a un lado y a otro corretean pequeños seres invisibles: musarañas, lagartos. Quizá, incluso alguna víbora. Un osado rosal silvestre me araña el tobillo y me estremezco.


Tras salvar el barranco, alcanzo la pequeña apertura en mitad del farallón rocoso. Desde este rincón secreto se domina el valle, de un verde tan intenso que relaja la vista. 


A lo lejos, el rumor del autobús Santander-Madrid se pierde entre los recovecos de la nacional, dando paso al silencio. Cierro los ojos, y han pasado miles… ¿Qué miles? ¡Millones de años! Y el Rudrón y el Ebro cincelan suavemente la piedra, como un artista griego mimando su gran obra. La silueta de castro Siero se va perfilando contra el cielo. Los ríos lo ven crecer como dos padres pacientes, orgullosos: si el circo de Orbaneja fue la niña bonita, y el Pozo Azul el chico tímido y misterioso, es Castro Siero un baluarte de estoicidad, diseñado para resistir, para albergar pueblos osados.


Desde mi posición no alcanzo a ver la ermita: porque aún no se ha construido. Abajo, en el barranco, las encinas son las mismas. Las hormigas, diligentes, son las mismas, igual que es el mismo cuco el que canta ahora y el que oyen abajo los que salen de misa. Han sido los mismos durante milenios.









Un enorme buitre leonado planea con elegancia junto a los cantiles y arranca el sol destellos broncíneos de su lomo: “mi padre limpió los huesos de Corocotta”, se jacta. Y se posa sobre la misma piedra en la que mañana se posarán sus tataranietos. Porque las rocas, sobre todo ellas, son las mismas.








Unas pisadas me sacan de mi ensimismamiento y Amaya aparece por el sendero. Trota junto al barranco sin aprensión y me saluda. 

Se agacha a recoger el agua pura de las fuentes de Siero, filtrada por decenas de metros de piedra caliza. Parece que las salamandras que colman la fuente no le molestan ¿Por qué no vas a las fuentes romanas, que te quedan más cerca? Pero la pregunta no llega a brotar de mis labios. ¡Qué estúpida, sí aún no se han construido!





La chica se aleja con el pellejo de la mejor agua para su jovencísimo compañero, que partirá en madrugada a la llamada de Peña Amaya, para hacer la guerra a los romanos. De pronto, un ruidoso mirlo alza el vuelo entre las hiedras, y Amaya ya no está. En la lejanía se escucha el ronroneo de unos moteros ingleses sobre la nacional 623 y el hechizo se rompe. Han pasado dos mil años de un plumazo, pero el olor sigue siendo el mismo en el valle esmeralda.




Elisa R. Bañuelos

miércoles, 29 de junio de 2016

Noticias felicianas

Hace mucho tiempo que no actualizo el blog y quería aprovechar para publicar una entrada corta y optimista.


La primera noticia es que hace unos meses se publicaron los planes básicos de gestión y conservación de las zonas de especial conservación (ZEC, y ZEPA para las aves) de Castilla y León, integradas dentro de la Red Natura 2000. Entre ellos, por supuesto, el del ZEC Hoces de Alto Ebro y Rudrón (que coincide con el parque natural). Se pueden descargar y leer todos aquí: http://www.medioambiente.jcyl.es/web/jcyl/MedioAmbiente/es/Plantilla100/1284375759659/_/_/_


Después de una lectura pausada he de decir que, en mi opinión, el Plan no desarrolla gran cosa. La mayor parte de la información ya estaba recogida en el Plan de Ordenación de los Recursos Naturales del Parque Natural. Por lo demás, se trata de una declaración de intenciones ordenadas y muy bien clasificadas. Si estas directrices (alguna, al menos, ya que son muchas) se desarrollan y llevan a cabo finalmente, sería fantástico. Sin embargo, como se indica en el propio Plan, se necesitan fondos de financiación (que no están especificados), y ese el punto débil de toda la gestión de la conservación en España. Visto lo que se ha hecho desde el año 2008, que se declaró el parque, aún faltan muchos años para que estemos dando palmas.


Por otra parte, desde mi inexperto punto de vista, detecto una inclinación reiterada a intentar solucionar gran parte de los problemas de conservación a través de podas y limpieza silvícola. Espero que, si se hace, sea con criterio, no como se viene haciendo en el Parque hasta ahora. Ej:


Ejemplo perfecto de lo que se indica en el Plan de Gestión: Pg30 "055. Medidas para el mantenimiento de bosques de ribera y galería. Es determinante para el mantenimiento de poblaciones saludables de lagarto verde el mantenimiento de la vegetación de ribera y los sotos arbustivos asociados a vaguadas y arroyadas en el espacio, [...]."


La segunda noticia es que, al parecer, BNK ha renunciado a parte de sus proyectos de fracking en España (después de que Repsol hiciera lo propio hace unos meses). De cumplirse, se trata de una gran alegría y alivio para toda la gente de la zona, ya que estaban previstos varios proyectos de fracking lindando con el PN (Sedano).


Esperemos que, en esta época de inestabilidad, nos sigan lloviendo noticias felices.


Elisa R. Bañuelos

miércoles, 16 de marzo de 2016

Desconocimiento rural


Con motivo de la publicación de una “noticia” y alentada por la entrada de un compañero de divulgación, Marco Ansón, me dispongo a "iluminar" a los lectores.

           No quiero entrar en detalles sobre la noticia, para ello podéis leer la original aquí o, mejor, informaros de la mano de Marco, que analiza el fondo de la cuestión. En resumidas cuentas: se supone que el meloncillo, Herpestes ichneumon, ha matado a varias ovejas en Zamora.

          Cualquiera que tenga una mínima noción de fauna ibérica y algo de sentido común, sabría que este pequeño carnívoro no puede perpetrar tal escabechina. Por esa misma razón, parece incongruente que estos señores ganaderos y gente del campo se crean la noticia y alcen las antorchas contra la “alimaña” de turno. Lobo ibérico, te van a dar un respiro –o no-.
 

Meloncillo, WikiCommons

          De esto mismo quería que versara la entrada de hoy, sobre la pérdida de conocimiento de su entorno que ha sufrido la comunidad rural. Es un tema triste que siempre me ha preocupado. Puede que dependa de la zona de España, de la ocupación de la población o de otros factores, como la edad, pero creo detectar una falta generalizada de conocimientos de fauna y flora, e incluso de geografía local, en las gentes de pueblo.

          Tenemos muchos ejemplos de actualidad, como aquella otra “noticia” sobre buitres ejecutando 15 ovejas. Gran parte de estos alardes de desconocimiento los protagonizan ganaderos, no sé si buscando, desesperados, una cabeza de turco para su desgracia, o realmente debido a una incultura y odio profundo hacia la naturaleza.

           Sin querer pecar de generalización, me circunscribiré al caso de San Felices. Aquí, de momento, no tenemos meloncillos, pero de alimañas no andamos escasos. Corren leyendas tan variopintas como la de que las víboras muerden las ubres de las vacas/cabras y les envenenan la leche. A veces, también a las mujeres. Hablando de ubres, comentan que las comadrejas hacen otro tanto. Parece ser una leyenda muy extendida y con mucha trayectoria, como leemos aquí.


Víbora en San Felices
Siguiendo con víboras, dicen que los años que predominan–si es que se puede llamar predominar a esta escasez tan preocupante-, es porque los del Seprona están repoblando y las lanzan desde helicópteros. Suspiro.

 También podréis oír a cualquiera comentar que los sapos escupen veneno, o que te salen verrugas si los tocas. Lo cierto es que son unos animales simpáticos y tranquilos. Con respecto al "veneno", se trata de una secreción maloliente de unas glándulas para evitar que otros animales los depreden.

     Leyendas a parte, la pérdida de conocimientos es muy triste. Preguntando a mi abuela y más gente mayor del pueblo, me doy cuenta de que casi nadie sabe diferenciar setas comestibles, ni una culebra de otra. Los pájaros son todos pájaros –o, como dirían en el pueblo de mi padre, en Cantabria, se clasifican en colorines y rapapájaros-. Un visón es una nutria y, a la menor noticia de su avistamiento, ya estaba el viejo trampero amenazando con una piedra con que iba a matar a las crías. Los buitres viven, al menos, 100 años –que tan desencaminado no iba, pues son muy longevos, aprox. 25 años-.
"Rapapájaro" en San Felices

"Colorín" en Covanera

           Apenas he podido recolectar conocimientos sobre hierbas medicinales, aparte de la celidonia para curar verrugas y heridas, o las hojas de zarzamora como astringentes. Parece mentira, cuando no podían acceder a una simple aspirina y, sin embargo, tenían acceso ilimitado a corteza de sauce para calmar sus dolores, amén de un montón de plantas útiles más, sobre las que no me voy a extender, por falta de espacio y conocimientos. ¿Fue la miseria de la guerra civil, o estos conocimientos estaban sepultados, o reservados a unos pocos, desde la Inquisición? Porque brujas, haberlas, habíalas en todos los pueblos. Al pantano de Cernégula iban cuando había luna llena.

     No digo que sea el caso de todo el mundo. Estoy segura de que hay aún mucha gente en los pueblos que dispone de un vasto conocimiento de su entorno. Pero esta triste realidad existe. ¿Conoces más leyendas rurales que compartir?
 
Éste, por lo menos, 90 añazos

jueves, 3 de marzo de 2016

Historias de un Cavernícola: Parte IV (Contacto)

Historias de un Cavernícola

Hace 40.000 años

"África ya no puede más. Gasta sus últimas fuerzas en dejarse caer sobre los cantos rodados de la orilla para beber el agua del río verde. Una rana salta, asustada, a su lado. Desde que los lobos devoraran a su hermano, había perdido las ganas de vivir. Ya no queda nadie de su familia, ella es la última.




Su vista se nubla mientras la corriente mece su mano, aterida. Pero no lo nota. África sólo recuerda el camino. Su vida había sido un camino interminable desde que tiene recuerdos, incluso antes, según decía su madre. Un viaje en busca de otras personas. África no podía imaginarse cómo serían esas otras personas. Sólo había conocido a su familia. El anciano hablaba de tribus de más de 50 individuos: niños jugando, mujeres tejiendo alrededor del fuego y cacerías multitudinarias en las que, incluso, abatían lobos.

Pero la gente había desaparecido, o los habían dejado atrás en el camino. Chad nunca quiso volver. Siempre hacia delante, siempre hacia el sur. Insistía en que, algún día, encontrarían más gente y formarían una gran tribu. Sin embargo, Chad había muerto sin cumplir su promesa, y ahora le había llegado la hora a ella.





Entre el rumor del río y sus densas pestañas cree distinguir a una persona, antes de que sus ojos se cierren y el cansancio y el hambre la venzan.

Cuando África despierta se encuentra envuelta en pieles de corzo. Es de noche y, a su lado, chisporrotea una hoguera. Una cara ancha, blanca y peluda se inclina sobre ella, emitiendo extrañas palabras. África se asusta, pero no tiene fuerzas para correr. El extraño hombre se aleja y retorna enseguida portando una pasta de bellotas, cangrejos y trucha asados, que ofrece a la mujer. El hambre le puede e ingiere despacio, para que no le hagan daño, los alimentos. Después, se observan en silencio junto al fuego.

África no había visto jamás a un hombre tan grande ni tan peludo. Su piel es extremadamente blanca y su pelo rojizo. Luego piensa que, al fin y al cabo, sólo había conocido a cinco hombres a lo largo de su vida. Esto debía ser la otra gente. Finalmente, el hombre vuelve a proferir esas extrañas palabras, ininteligibles para ella.
- No te entiendo.
Él la mira con los ojos -¡verdes como el río!- muy abiertos y también parece comprender que no se pueden comunicar. Entonces se golpea el pecho y gruñe:
- Hernán.
- África- pronuncia lentamente la joven, imitándolo.

A la mañana siguiente África se sobresalta de nuevo al ver al hombre, hasta que recuerda la extraña noche anterior. Comen juntos en silencio y, después, la mujer se levanta e inspecciona la cueva. Busca más gente. Sin embargo, pronto se da cuenta de que allí no hay nadie más. Hernán la observa con curiosidad.
- África -pronuncia ella de nuevo, señalándose-, Hernán -le señala a él y, a continuación, mira a su alrededor y gesticula, preguntando.- ¿Y el resto?
El rostro del hombre muda y África intuye tristeza, aunque sus muecas le resultan confusas, extrañas.
Él le hace un gesto de apremio mientras da la vuelta a una gran roca y se introducen en una cámara más estrecha de la cueva. Cuando sus ojos se acostumbran a la oscuridad, distingue un gran número de túmulos de piedras. Entre algunas piedras sobresalen huesos descarnados o retales de cuero. Encima de algunos túmulos hay depositados collares de caracolas e incluso hachas muy toscas. Huele a muerte.

Hernán y África se miran. Ella es bajita, con una maraña de pelo rizado, negro, igual que los ojos. Su piel es oscura. Tan distintos, pero al fin y al cabo, tan iguales."

En esta entrega de historias de un cavernícola nos encontramos en una etapa de tránsito. Las poblaciones de Homo sapiens se multiplican y expanden desde África -donde evolucionaron desde Homo ergaster- hacia Asia y Europa, después de algunos cruces con Homo neanderthalensis y denisovanos. No sabemos con certeza si los primeros hombres modernos (Homo sapiens) entraron por primera vez a la Península Ibérica a través del largo camino por Europa, o si algunos pudieron cruzar por Gibraltar.

África sería la avanzadilla de las poblaciones sapiens que estaban por llegar. Mientras, las últimas poblaciones de neandertal, que resisten en la Península después de 200.000 años, se van extinguiendo. Lo que sí parece es que ambas especies coexistieron en el tiempo y, probablemente coincidieran en el espacio -como se puede leer en esta entrada sobre La Güelga, en Asturias-.

Las diferencias tanto físicas como culturales entre estas dos ¿especies? -sapiens y neandertal- debían ser obvias, generando, probablemente, tensiones y violencia entre ellas y aislándolas, pero no lo suficientemente grandes como para mantenerlas separadas por siempre.

El cuento de África (sapiens) y Hernán (neandertal), la primera y el último de su especie, es una historia de supervivencia, muerte y renovación, y de cómo la soledad puede romper fronteras.